Hasta esa noche,
cuando llevado por el olvido
empaqué.
Tomé las llaves del auto
y encendí el motor, nuevamente. Como ayer.
El olor era casi el mismo
azufre de huevo en combustión.
Kms de acero
en soledad perfecta.
Las cenizas incesantes
saltaban como estrellas
de una nave espacial.
Subí al puente de los suicidas
y la miré directo a los ojos,
allí estaba,
la doble vía de la vida.
Aferrado al volante,
seguí en mi carril.
Mientras una larga fila
se perdía
de regreso al punto de origen.
La duda fue un segundo.
Ahí ví todas sus formas en una.
Todo el tiempo y el espacio.
Y el futuro y la nada.
Y aceleré.